Si llevas un tiempo en cualquiera de mis canales, seguro que me has oído hablar de que mis ideas sobre el dinero cuando tenía veintitantos eran muy diferentes a las que tengo ahora, y cuánto me arrepiento de no haber cambiado el chip antes. A pesar de haber conocido personas que sí cuidaban su dinero, que sí invertían, que sí entendían “cómo se jugaba a la economía”. Pero nadie escarmienta en cabeza ajena que se suele decir..
Salí de la universidad prácticamente con trabajo. Los últimos seis meses de carrera los compaginé con unas prácticas y, a continuación, me contrataron en plantilla. Un sueldo de 700 euros, nada del otro mundo, y a hora y media de casa de mis padres.
Pero había conseguido salvar ese abismo entre el fin de la universidad y el primer trabajo.
Y a partir las cosas me fueron mejor. Me subieron un poco el sueldo al año. Me cambié a otro trabajo en donde empecé ganando mucho más y a los dos años me subieron el sueldo.
Estaba soltera. Podía permitirme alquilar un estudio yo sola. Tenía dinero para darme caprichos. Salía cuando quería. Viajaba.
En apariencia vivía muy bien.
Ahora, si alguien hubiera mirado debajo de la superficie, la realidad hubiera sido otra.
0 ahorros en la cuenta corriente. 0 planes de futuro.
Los mejores meses me quedaba a cero. Y, los peores, el extracto de la tarjeta de crédito daba miedo.
Pero realmente no era consciente de que las cosas podían ser diferentes.
A fin de cuentas, yo era una persona de letras y eso de los números y la economía… era para otros.
Pero la realidad SIEMPRE nos alcanza y nos hace pagar la cuenta.
Y cuando me alcanzó a mí, estas son las 3 realidades que transformaron mi mentalidad por completo.
1. Lo que no hiciera yo por mí, no lo iba a hacer nadie
Esta fue la más difícil de asumir. Podía tratar de quitarme responsabilidad (“las cosas son así”, “vengo de donde vengo”, “es complicado”), pero si quería cambiar mi situación tenía que hacerlo yo.
Nadie más podía fijarse objetivos por mí, ni entender cómo funciona una hipoteca, ni ahorrar para un capricho antes de gastar impulsivamente.
Había gente a mi alrededor que podía informarme, aconsejarme o animarme, pero no podían hacer las cosas en mi lugar.
Si yo no cambiaba mi mentalidad, mis hábitos y mis rutinas, literalmente nadie podía hacerlo por mí.
Es un momento en el que a pesar de tener a mucha gente alrededor, me sentí muy sola. La responsabilidad de mi vida era mía y tenía dos opciones: quejarme y seguir como siempre o hacer el trabajo difícil y cambiar las cosas.
Y no es fácil romper con patrones muy asentados y tomar las riendas de tu vida financiera, te lo aseguro.
2. No hay que ser “de números” para entender el dinero
Yo siempre he sido “de letras”. Me encantaba leer desde pequeña, me gustaba la asignatura de lengua y literatura en el colegio y todo lo que fuera estudiar, recordar, escribir y leer, maravilloso. La biología me gustaba cuando era aprender sobre características de animales y la química cuando tenía que estudiarme elementos.
¡Pero, ay, cuando tenía que aplicar las matemáticas, la química y la física!
No veía nada. Era un sufrimiento.
Creo que esto se debe bastante a cómo aprendemos estas materias en el colegio y en la vida, creo que no nos enseñan a razonarlas bien, pero ese es otro tema.
Así que crecí con la idea de que yo “era de letras” y todo lo que fueran números no era para mí.
Aunque para llevar tus finanzas personales literalmente solo necesitas las cuentas básicas.
Pero, nada, era oír o ver números y bloquearme. “No, no, esto no es para mí”.
Y así es muy difícil acercarse a este tema y cambiar la situación.
3. El dinero es necesario, me ocupe o no de él
El dinero y la economía son realidades que están presentes en prácticamente todos los ámbitos de la vida:
Vamos a comprar y necesitamos dinero.
Tenemos una pareja y tenemos que repartir ingresos y gastos de una forma justa.
Se nos avería el coche y nos descuadra el mes.
Tenemos un hijo y hay que afrontar nuevos gastos.
Queremos cambiar de gimnasio a uno más cerca del trabajo para ahorrar desplazamientos, pero es carísimo y no podemos pagarlo.
Y tomamos decisiones financieras todos los días. Ya sea por acción o por omisión:
Comprar una botella de agua de camino al trabajo o no.
Planificar para las próximas vacaciones o no.
Cambiar de trabajo por dinero o no.
Comprar un móvil nuevo o no.
Comprar en esta tienda o en la otra.
Es decir, tanto si cambias de trabajo como si no, vas a tener que seguir pagando facturas, vas a querer irte de vacaciones o darte un capricho.
Por eso, para mí, tomar decisiones conscientes sobre mi dinero fue tan importante.
Ya que el dinero está presente en todas partes, al menos poder decidir sobre cómo lo gano y lo gasto.
Una mentalidad ganadora es clave para no solo llegar a final de mes, sino para atreverse a ir más allá. Ganar más, ahorrar más, invertir.
Dentro de la zona de confort, ya sabes lo que hay. Hay que salir fuera para conseguir más.




